2012
Un día por fin mi
abuelo consiguió un trabajo fijo. Habían pasado más de veinte años desde que
llegaron de España recién casados, él y mi abuela, cuando lo nombraron
cuartelero del Destacamento de Bomberos de Ramos Mejía.
Le gustaba contarme
historias de ese tiempo. El momento decisivo del relato llegaba en los segundos
cruciales entre los que mi abuelo recibía el aviso de incendio, colgaba el
teléfono y hacía sonar la alarma.
Llevaba
ya mucho tiempo
jubilado cuando se incendió un depósito de pinturas en el fondo de la
ferretería del barrio. Mi abuelo estaba muy mayor, pero recuperó el apuro y llegó
a la ferretería al mismo tiempo que los bomberos. Corrí detrás de él, por si
acaso.
Sólo el
oficial lo reconoció. Los demás eran muy jóvenes.
Después de
sacarlo varias veces del borde de las llamas e insistir para que permaneciera
al otro lado del vallado, el oficial comprendió -o recordó- que era inútil
contradecirlo y le encargó que sostuviera un tramo de manguera. Con una mezcla
de vergüenza y agradecimiento vi cuando le asignaba al más joven, la exclusiva
tarea de vigilarlo.
Esa
noche, el abuelo regresó a casa en autobomba. Feliz.
Tenía ochenta y
tres años cuando comenzó con aquella costumbre de avisar: “todavía no”. Lo hacía
a modo de despedida antes de dormir.
Una noche de julio
se acostó sin avisar, y murió a la madrugada.
Al día siguiente
llegaron al velorio cuatro bomberos con uniformes de gala. Saludaron, y pidieron
permiso para despedirlo. Se ubicaron a ambos lados del cajón para dedicarle venias, saludos y silencios sincronizados con
precisión. Voces de mando que sólo ellos entendían. Se hubiera podido llevar la
escena al cine como final de una epopeya.
Después, uno de los
bomberos se acercó a mi abuela, sostuvo sus manos y le habló bajito al oído.
Ella lo miraba sonriendo. Asintió con la cabeza dos veces.
Pequeñísima en su
silla de ruedas, mi abuela sonreía con ternura a aquella despedida que él
hubiera disfrutado tanto.
"aquella costumbre de avisar" ...toda una reflexión sobre la vida va contenida en esa frase. Como siempre, la ternura ilumina todo el texto. Un placer leerte. Margarita
ResponderEliminarGracias, Margarita. Por la lectura y también por el comentario.
Eliminarque lindo, ceci.
ResponderEliminarPleno de ternura es el inicio, "Un día por fin mi abuelo consiguió un trabajo fijo", porque en esa sola frase se define la nostalgia del recuerdo, esas pocas palabras muestran a la nieta escuchando al abuelo, viéndolo, y sin comprender comprendiendo luego al final el honor de haber tenido un abuelo en una profesión de tanta entrega como pocas, gracias Cecilia, que linda lectura para cerrar el año. Daniel
ResponderEliminarMe encantó tu texto, lleno de ternura, amor y recuerdo imborrable del abuelo bombero. Gracias!
ResponderEliminarLilly
Muy muy bonito, Ceci
ResponderEliminarCeci,
ResponderEliminarel relato tan fiel a vos
Muy bello.
Me quedo ,con tu permiso, a leerte
Va mi abrazo
Cyn.