jueves, 30 de agosto de 2012

Mi Carlos


2012


  
La luz es la de una tarde de verano. La calle Paraguay ya tiene asfalto. Al frente de la casa hay un muro bajo descascarado; lo interrumpe una pequeña puerta de alambre artístico siempre abierta sobre el camino que lleva hacia la casa. Del lado izquierdo del camino hay un jardín de gramilla mal cortada y un jazmín del Paraguay florecido en dos colores.
Junto al jazmín, mi abuelo canturrea por soleá en su silla baja. Más cerca de la puerta de la casa, en el sillón de caña está mi abuela. Tiene puesto un batoncito de piqué, el pelo húmedo aún, perfume de colonia y vestigios de talco en los pies con sandalias. Mira hacia la calle. Achica tanto los ojos que añade dos ramilletes de arrugas a las innumerables que ya surcan su cara. De pronto, eleva la espalda, apoya las manos en el sillón y afirma los pies como si estuviera a punto de pararse. Sonríe.
De derecha a izquierda por el centro de la calle, la camioneta Ford de mi tío Carlos disminuye la velocidad. Trae las ventanillas bajas. Un poco echado sobre el volante, mi tío levanta el brazo izquierdo, sonríe y grita: “¡chau, vieja!” Aumenta la velocidad. Y pasa.
Mi abuela regresa hacia el respaldo del sillón y, sonriente aún, dice bajito: “Ahí va mi Ca(r)los”. [1]




[1] En la voz de mi abuela andaluza, la “r” de Carlos es muda.



1 comentario:

  1. Ahhhhhhh, por eso andabas queriendo tanto escuchar hablar a una andaluza...
    :-)

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