lunes, 28 de mayo de 2012

Atardecer sobre Mompiche: reflexiones durante una caminata *



2012


             “El atardecer es amable con Sussex porque Sussex ya no es joven y agradece el velo del ocaso,
como una mujer entrada en años se alegra cuando se les ponen pantallas a las lámparas
y solo puede atisbarse el contorno de su cara.”
Virginia Woolf.



El atardecer es amable con Mompiche, aunque Mompiche, como esos niños repentinamente adolescentes a quienes no les importa disimular las erupciones de la piel y las inestabilidades de su cuerpo nuevo y torpe, es demasiado joven para agradecer la penumbra. Sólo sabe gozarla.

El crepúsculo cubre de encanto la humildad del bambú en los muros, enciende de fiesta las viviendas elevadas sobre pilotes, y de misterio los techos de paja brotados de helechos. Los grafitis que el sol ciega durante el día, parecen iluminarse sobre las medianeras y en las veredas de arena -donde se conversa, se cocina, se vende y se juega- el alivio de la temperatura aligera los movimientos.

Las palmeras que bordean la costanera atraen hacia sus frutos, aún verdes, las escasas luces del alumbrado público y disimulan, en la vereda opuesta, la inestabilidad de los tanques de agua sobre las casas.

Camino por las pocas calles de Mompiche olvidada de los retazos de plástico que cubren escasamente las grietas de los techados, de las paredes acabadas con partes de carteles publicitarios y de los gallinazos que merodean agoreros.

En algunas veredas, a esta hora, ya hay largas mesas rectangulares improvisadas con tablones que apoyan sobre caballetes o sobre tambores de lata. Se amontonan en ellas toda clase de frutos coloridos. Además hay licuadoras, jarras, conservadoras de hielo, morteros, machetes, botellas, jugos, licores. Inmediatamente detrás de esas “barras de bar” comienza el patio de la casa en el que aguardan las mesas de plástico blanco. Algunas tienen mantel y salero. De un momento a otro, las familias numerosas que habitan el piso alto y los turistas que pasan se sentarán allí a cenar.
Así, ya recortado sobre la oscuridad de la noche, Mompiche ofrece una imagen a la vez irresistible y punzante.
El colorido de los faroles de papel que cuelgan de algunos árboles balancea cierto aire de clandestinidad ingenua. Como de carnaval antiguo. También, como de infancia.

¿Acaso no hay una especie de regreso a algo desconocido y a la vez familiar en eso que la mirada encuentra bello?





*Mompiche es un pueblo de la costa ecuatoriana. Pasé allí una semana en marzo de 2012. Leía entonces La muerte de la polilla y otros ensayos de Virginia Woolf, recientemente publicado por La Bestia Equilátera. Inspirada por el extraordinario Atardecer sobre Sussex: reflexiones en un automóvil, escribí el comienzo de esta estampa.







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